Jumat, 31 Oktober 2014

PDF gratuito Castillos en el aire: Mito y arquitectura en Occidente

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Castillos en el aire: Mito y arquitectura en Occidente

Reseña del editor No bien hubo llegado de la guerra, Gundosforo, el mítico rey de la India, pidió que le enseñaran el palacio que había encargado a su esclavo Tomás. Era un castillo en las nubes: Tomás no había hecho nada. Siglos más tarde, se convertiría en el patrón de los arquitectos. A través de mitos, leyendas y fábulas mesopotámicas, griegas, romanas y cristianas, protagonizados por dioses, héroes y seres fantásticos, Castillos en el aire. Mito y arquitectura en Occidente muestra la imagen que los hombres de la antigüedad han tenido del arquitecto, así como del espacio edificado, de la ciudad, donde vivimos (o malvivimos). Extracto. © Reimpreso con autorización. Reservados todos los derechos. Fragmento del prólogo: 'Prólogo Esta colección de artículos sobre 'mito y arquitectura en Occidente' reúne tanto un escrito ya publicado (en francés), aunque ampliado para la ocasión, como textos inéditos o redactados recientemente para este libro. Todos los artículos son posteriores al año 2000 —y son consecuencia de unos primeros estudios sobre el imaginario arquitectónico antiguo (mítico y gráfico) plasmados en exposiciones, conferencias y congresos, así como en actas y textos de catálogos y de revistas. Unos pocos temas o motivos, relacionados con el imaginario arquitectónico, con la compleja imagen idealizada o maldita que el hombre se ha hecho acerca de lo que le ha protegido o le ha arruinado la vida (la arquitectura —el santuario, la tumba y el palacio— y la ciudad amurallada, defendida de un entorno hostil), reaparecen una y otra vez. Así, destacan (sin orden de preferencia): — el origen divino de la arquitectura y de la ciudad y las características casi comunes de los dioses constructores (no sólo en Occidente); — la concepción del espacio habitable como un círculo de luz en la oscuridad; — la arquitectura entendida como una proyección en la tierra de un modelo celestial o invisible (la Jerusalén celeste, los hekhalots o templos celestiales en la Cábala, el santuario de los Anunaki o el palacio de Gundosforo); — la ciudad (como un espacio de vida) y su opuesto: el laberinto (una trampa mortal); la lucha entre el héroe fundador, portador de la luz, y el monstruo, como el Minotauro, símbolo de la noche y del caos; — la compleja imagen del fundador (una figura distinta de los demás mortales, causante de desgracias y venturas) y de sus gestas heroicas a fin de traer la luz a la tierra; — el simbolismo de la 'gemelidad' de dichos constructores (el tema de los seres gemelos y de su singularidad, presente, por ejemplo, en la figura de santo Tomás, el patrón de los arquitectos), y lo que ésta aporta al significado de la creación artística, y arquitectónica en particular; — el imaginario arquitectónico a través de la figura de los patrones de las artes edilicias; — el significado de los ritos fundacionales, en ocasiones cruentos, y su pervivencia hasta nuestros días en la ceremonia de la colocación de la primera piedra, presidida por poderes políticos y religiosos; — la danza, las procesiones y el origen de la ciudad (la planta de la ciudad reproduciría las trazas que los devotos iluminados o los danzantes extáticos iban dejando en la tierra); — la relación entre la imagen contemporánea de la arquitectura y la que los mitos y las leyendas dejan traslucir, es decir, la importancia que la acción de edificar ha supuesto para la vida, incluso para la propia concepción del ser humano, del mortal, emplazado entre los muertos y los inmortales. Se descubre entonces que la figura y la personalidad de los arquitectos míticos o legendarios, tanto dioses como simples mortales, traducen la visión que, desde muy antiguo, se ha tenido de la arquitectura, y explican el juicio que ésta ha merecido tras incidir, y de qué manera, en la vida de los hombres. Se describirán ciudades antiguas, no desde lo que los restos arqueológicos revelan, sino desde lo que cuentan los mitos. La fantasía aporta lo que la realidad niega a los hombres. Por esto, restos y textos no siempre coinciden: la Jerusalén de Salomón no era una 'novia engalanada posada en lo alto de una colina' como la describía Juan en el Apocalipsis, una deslumbrante aparición, sino un modesto burgo de casas de adobe carente de edificios monumentales. Se piensa incluso que el templo de Salomón, construido a imagen de un templo celestial, no existió nunca. Desde luego, el libro se refiere más a palacios y a ciudades celestiales (o infernales), a castillos en el aire, a construcciones modélicas, que a edificios realmente existentes, aunque, en verdad, las arquitecturas flotantes, como la Jerusalén celestial, tenían más entidad que los modestos santuarios levantados sobre una colina. La misma Torre de Babel, que la Biblia describe como una lanzadera hacia el cielo, poco tenía que ver con los zigurats babilónicos, pese a la imagen sin duda imponente de éstos. El templo de Jerusalén (el paradigma de la arquitectura templaria y palaciega occidental), en época de Salomón, quizá sólo se alzara en los sueños de grandeza de los cronistas bíblicos. Incluso el laberinto cretense, que tanto ha influido en la arquitectura medieval y renacentista, no fue más que una visión de pesadilla, un recinto cuya evocación aún aterra, puesto que sus galerías tentaculares no habitaron más que en los peores sueños. Unas mismas figuras protagonizan la mayoría de las historias relacionadas con el origen de la arquitectura y de la ciudad: — divinidades (a menudo solares) como los seres celestiales mesopotámicos Enki, Marduk y Oannes; hebreas como Yahvé; griegas como Prometeo, Hefesto, Apolo y Dionisos, y romanas como Jano y Saturno; — héroes civilizadores y fundadores, míticos, legendarios o reales (Gilgamesh, uno de los personajes semidivinos más antiguos, y la célebre reina Semiramis de Babilonia; los bíblicos Caín y Enoch, maldecidos por Dios; Heracles, Cadmo, y el astuto e inquietante Dédalo en Grecia; el romano Rómulo, responsable de la muerte de su hermano gemelo, Remo), y sus feroces contrincantes (monstruos como la serpenteante Tiamat —contra el que luchó Marduk, el dios de la luz babilónico—, Pitón, una primitiva divinidad délfica opuesta a Apolo, o el Minotauro, agazapado en el Laberinto); — reyes que existieron, pero cuya vida y cuyas gestas adquirieron rasgos legendarios, como Gudea, Sargón, David y Salomón; — arquitectos históricos que alcanzaron un estatuto divino como Imhotep; — santos patrones de la arquitectura (Tomás, Bárbara); — congregaciones de constructores (como los maçons —albañiles— medievales o los masones), poseedores de conocimientos supuestamente esotéricos, que decían descender del mítico Dédalo, o de Hiram Abi, el constructor que Yahvé escogió y envió a la corte de Salomón para edificar el Templo de Jerusalén. En ocasiones, todos estos fundadores y constructores, de palacios terrenales o celestiales, parecen más vivos y cercanos —y sus obras más decisivas— que arquitectos de carne y hueso. (...)' | Fragmento de la introducción: 'Introducción 'La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido.' Marcos, 12, 10) Junto con la música, la arquitectura es una invención de los dioses. Los mismos seres celestiales las practicaron. En Grecia, incluso, ambas artes fueron creadas y ejecutadas por vez primera por una misma divinidad: Apolo. Los dioses egipcios ayudaban siempre a los faraones cuando iniciaban la construcción de los templos. Oannes, un dios primordial anfibio de Mesopotamia, la primera divinidad que salió de las aguas para crear el universo, enseñó a los seres humanos a construir un cobijo donde pudieran refugiarse de las inclemencias, los enemigos y la cólera divina.1 Las siete primeras ciudades mesopotámicas, anteriores al diluvio, fueron edificadas, cuentan las leyendas, por distintas divinidades. Babilonia era una creación del dios del sol y de los Siete Sabios (entre ellos Oannes), siete divinidades o siete figuras heroicas de los orígenes de los tiempos. Un dios tan importante como Poseidón, hermano del dios padre Zeus y señor de los mares, no dudó en ponerse a trabajar para levantar las murallas de la ciudad de Troya. En Roma, Silvio, el dios ancestral de los latinos, les educó en el arte de la arquitectura cuando la edad de oro alcanzaba su fin y los peligros asediaban a la humanidad desvalida. Ya en tiempos del cristianismo, uno de los doce apóstoles, Tomás, era conocido por su talento de arquitecto. Su fama de arquitecto se extendió hasta los remotos confines de la tierra. Inspirado por Dios, tenía el don de edificar en el cielo templos y palacios, más relucientes que el sol, que levitaban sobre las nubes. Crear, crear de la nada, lograr que de la nada el ser se encarne, poblar el mundo, era sinónimo de edificar. Por esto, Yahvé era considerado como el Gran Arquitecto. La prueba de su divinidad era su capacidad creadora, esto es, su condición de arquitecto. Siglos más tarde, los francmasones, a la búsqueda de la reno- vación espiritual, recurrieron a la creación arquitectónica como imagen de la edificación personal. Del mismo modo que el arquitecto habilita u ordena un espacio, desde la apertura del primer surco y la instalación de los fundamentos, hasta la cubrición del edificio, donde la vida (la luz) se instala, el iniciado se construye a sí mismo, pone orden en su existencia y la ilumina. En el grabado de Durero titulado Melancolía I (o Melancolía Imaginativa), un ángel coronado y pensativo, que simboliza al artista, sueña, frente al mar, con alcanzar la estrella que fosforece en la noche. En sus manos se hallan los medios con los que podrá dar cuerpo a su ensoñación: un compás, una regla y una escuadra, los mismos instrumentos con los que el arquitecto, cuando proyecta —cuando sueña con formas nuevas que compongan un espacio habitable, con formas de habilitar la tierra—, pone cotas al mundo, humanizándolo. Tan ilustre era el origen de la arquitectura, que sólo los monarcas (reyes, faraones y emperadores), inspirados por la divinidad que les mandaba y les entregaba en sueños los planos o las maquetas de las obras, estaban facultados, ya de día, para proyectar. El mismo Alejandro fundó la ciudad egipcia que aún porta su nombre, tras haber recibido una visión. Aún hoy en día, son los gobernantes, secundados por miembros del clero, y no los arquitectos, los que están capacitados para presidir y llevar a cabo la ceremonia de la puesta en la tierra de la primera piedra que santifica el inicio de la construcción bajo los buenos auspicios del cielo. Por el contrario, la pintura fue descubierta por un modesto artesano, un ceramista que fijó en el barro la silueta de una sombra proyectada, al igual que la estatuaria (Dédalo, el inventor de estatuas tan perfectas que podían descender del pedestal y desplazarse, era un obrero manual, inteligente y hábil, pero sin gran reconocimiento. Se le describía incluso como un criminal que tuvo que huir de Atenas y refugiarse, como un proscrito, en la corte de Creta donde se escondió). Sólo con el cristianismo la pintura alcanzó el estatuto de obra digna de la divinidad: el propio Hijo de Dios imprimió numerosos retratos suyos en diversos soportes, entre ellos el celebérrimo paño de la Verónica (modelo o prototipo de todas las imágenes religiosas), y su madre aceptó posar para Lucas (por este motivo, Lucas se convertiría en el patrón de los pintores). La arquitectura y la música eran una expresión de bienestar. Los seres humanos celebraron la posibilidad de asentarse al fin, de poder estar en la tierra (dejando una vida errante y a la sombra), componiendo música, definiendo un hábitat, construyendo monumentos y poemas a fin de asegurarse la perdurable presencia en la tierra y en la memoria de los moradores del futuro. Planos y maquetas entregados por el cielo a los monarcas, consejos divinos, visiones de arquitecturas o ciudades celestiales mostradas como espacios modélicos o modelos de espacios terrenales, relatos legendarios que explicaban los inicios sobrenaturales de las ciudades y del talante semi-divino de los fundadores, numerosos testimonios se refieren al origen ideal de la arquitectura. Sin embargo, la arquitectura también tiene un lado obscuro. Su misma aparición en la tierra simbolizaba el fin de la edad de oro. Mientras los hombres convivieron en armonía con los dioses y los animales, no necesitaron cobijarse, protegerse, esconderse. No existían espacios sagrados, esto es, vetados, peligrosos para la vida del ser humano. En la edad de los inicios, según los autores romanos, la arquitectura no tenía cabida. Sólo en cuanto la situación se volvió adversa, cuando el ser humano empezó a desconfiar y los dioses se replegaron en lo alto desapareciendo de la vista del hombre, sólo entonces, se sintió la necesidad de encerrarse (en sí mismo) y de defenderse, al tiempo que de implorar al cielo habilitando espacios para los dioses en la tierra. En la Biblia, el primer constructor fue un hijo de Caín. Su padre, condenado a errar eternamente por el fratricidio cometido, pudo, con el tardío consentimiento del cielo, hallar un lugar en la tierra donde descansar: la ciudad que su hijo le dedicó. Del mismo modo, en Grecia, Prometeo, divinidad benefactora de la humanidad, enseñó a los hombres las artes edificatorias de Apolo, y les trajo el fuego, después de que, por inadvertencia o por excesiva curiosidad, los hombres hubieran destapado una caja que contenía todos los males, desde la enfermedad y el odio hasta la muerte. Es la instauración de la muerte en la tierra lo que desencadenó la fiebre constructora. Templos y tumbas —las primeras construcciones de la historia— fueron edificadas como medio de vencer a la muerte, esto es, al mal por excelencia, al olvido. Gracias a estas altas —o altivas construcciones— los seres humanos pretendían permanecer en la memoria y a la vista de los seres del futuro. Loos sostenía que sólo los monumentos eran arquitectura, ya que sólo lo que preservaba la memoria de los desaparecidos podía ser considerado o calificado como arquitectura, una obra digna de los inmortales. (...)'Tapa dura=280 páginas. Editor=Editorial Gustavo Gili, S.L.; Edición: 1 (4 de marzo de 2005). Idioma=Español. ISBN-10=8425220181. ISBN-13=978-8425220180. Valoración media de los clientes=Sé el primero en opinar sobre este producto. Clasificación en los más vendidos de AmazonArquitecturaHistoria, teoría y crítica=nº122.153 en Libros (Ver el Top 100 en Libros) .zg_hrsr { margin: 0; padding: 0; list-style-type: none; } .zg_hrsr_item { margin: 0 0 0 10px; } .zg_hrsr_rank { display: inline-block; width: 80px; text-align: right; } n.° 545 en Libros > Arte, cine y fotografía > n.° 1824 en Libros > Arte, cine y fotografía >.

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